La gran verdad es que nunca se debe jugar con fuego. El incendio siempre anda cerca de la persona que ha puesto a un lado sus convicciones. Esa persona, sea quien sea, por jugar con fuego, se quema.

Sólo Jesucristo nos da la fuerza moral y la firmeza de voluntad para huir de todo fuego  sensual. Sólo Él nos dota de una moral firme y sólida, capaz de resistir las tentaciones de nuestra naturaleza pecaminosa.

Cristo es nuestra única seguridad.